lunes, 1 de febrero de 2010

Foucault y la ley del pudor



Traducciones temblorosas: Foucault y La ley del pudor*
Por Laura Contrera
http://www.pidoperdonzine.blogspot.com/

En la obra de Foucault la esencia de toda verdad y de toda institución se devela prepotente y artera y la única salida que le resta a las víctimas es la contra-estrategia, la fuga o la mutación. Por eso mismo, leemos una obra que ha sido escamada con paciencia de escéptico y con singulares móviles libertarios.
Christian Ferrer

La loi de la pudeur (La ley del pudor) es el título con el que se conoce una entrevista radial en la que intervino Foucault junto a Jean Danet y Guy Hocquenghem en 1978, publicada en la revista Recherches #37, de abril de 1979, Fous d’enfance, pp. 69-82 y más tarde en Dits et écrits 1976-1979. Tomo III. París: Gallimard, pp. 766-776 (1994). Casi imposible de conseguir en castellano, no aparece tampoco en la web en su idioma original sino en la traducción al inglés[1]. Opera una llamativa censura sobre esta entrevista. Pero el ocultamiento tiene una razón: aun pasados treinta años, la defensa de la abolición de las leyes francesas de edad de consentimiento resulta urticante incluso para especialistas que se autodenominan foucaultianos[2]. Foucault, la infancia y el pudor: una relación peligrosa, inconveniente, que, al parecer, implica también un acercamiento pudoroso.

Esta traducción quiere ser solamente un aporte para la discusión de un tema delicado, susceptible de infinitas (mal) interpretaciones. Quizá sería necesario y deseable añadir a la breve introducción que se hizo en Francia para contextualizar históricamente la discusión algunas nociones más recientes sobre relaciones intergeneracionales, pedofilia y abuso infantil, entre otras cuestiones. Evitaríamos de esta forma sumar confusión. Pero excede al espacio y a mi capacidad de síntesis tal añadido. Por eso, simplemente voy a remarcar el hecho de que estas intervenciones en la entrevista no son siquiera la última palabra de Foucault sobre el tema. Especialistas como Eric Fassin[3] han realizado interesantes críticas a muchos de los conceptos vertidos por Foucault en esta emisión radial. Más allá de estas consideraciones, me parece que el silencio nunca es un buen comienzo para la acción. Menos aún el silenciamiento de pensamientos y experiencias pasadas. Porque el padecimiento individual importa y no puede ser un mudo residuo de políticas generales. Y también porque este padecimiento siempre está inscripto en un horizonte más amplio: el de los dispositivos de poder que así nos producen, perpetradores de violencias o padecientes de ella, pero que también permiten la posibilidad de establecer relaciones éticas entre las personas, un tema al que Foucault le dedicó gran parte de las investigaciones de sus últimos años. Tener en cuenta este horizonte implica incluir esta entrevista silenciada, de la que intentaré recuperar algunos párrafos, útiles para iniciar una reflexión sobre nuestras sexualidades infantiles avasalladas.

No soy traductora, apenas leo el francés de corrido y ha sido un esfuerzo tratar de acercarles estas palabras de Foucault. Seguramente buenxs traductorxs del francés o del inglés tendrán algún día la deferencia de hacer circular la traducción completa de la entrevista radial, con todas las intervenciones de los presentes incluidas. Hasta ese entonces, espero que esta aproximación sirva al menos para incitar la curiosidad, alentar el pensamiento y mover a la acción. Aquí van entonces estas traducciones temblorosas para discutir, disentir y pensar con Foucault, una de las mentes más lúcidas del pasado siglo.

La ley del pudor

El Parlamento trabajaba en la revisión de las disposiciones del Código Penal concernientes a la sexualidad y a la infancia. La comisión de reforma del Código Penal había consultado a Foucault, tan atento a las conflictivas tesis sostenidas por los diferentes movimientos de liberación: las mujeres querían la criminalización de la violación; los homosexuales, la descriminalización de la homosexualidad; lesbianas y pedófilos se enfrentaban entre sí como se enfrentaban a los psicoanalistas en torno a la noción de peligro asociada a la sexualidad. M. Foucault defendió ante la Comisión algunos de los argumentos de la Carta Abierta sobre la revisión de la ley de delitos sexuales en lo concerniente a los menores. Finalmente, en junio de 1978, el Senado votaba la supresión de la discriminación entre actos homosexuales y heterosexuales. El atentado al pudor sin violencia hacia un menor de quince años, cualquiera sea su sexo, que estaba correccionalizado, ahora era pasible de audiencias en lo criminal. Guy Hocquenghem, escritor, fundador del Frente Homosexual de Acción Revolucionaria (F.H.A.R.), había tomado en el otoño de 1977 con René Scherer, profesor en el Departamento de Filosofía de Vincennes, la iniciativa de una carta abierta sobre la revisión de la ley de delitos sexuales en lo concerniente a los menores, firmada notablemente por Françoise Dolto, psicoanalista de niños y cristiana. Esta carta demandaba una revisión radical del derecho en materia sexual y de legislación sobre la infancia.

Intervenciones de Foucault en la emisión radial:

Si nosotros tres aceptamos participar en esta emisión (que fue arreglada muchos meses atrás), es por la siguiente razón. Una evolución tan larga, tan masiva, y que, a primera vista, parecía irreversible, podía hacer esperar que el régimen legal impuesto a las prácticas sexuales de nuestros contemporáneos fuera por fin a detenerse y dislocarse. Un régimen que no es tan antiguo, ya que el Código Penal de 1810 (1) no decía gran cosa sobre la sexualidad, como si la sexualidad no debiera concernirle a la ley; es solamente a lo largo del siglo XIX, y sobre todo en el XX, en la época de Pétain y al momento de la enmienda Mirguet (1960) (2), que la legislación de la sexualidad ha devenido cada vez más opresiva. Después de una decena de años, podemos constatar en las costumbres y en la opinión un movimiento para hacer evolucionar ese régimen legal. Asimismo, se ha reunido una comisión de reforma del derecho penal existente que tiene por tarea redactar a nuevo un número de artículos fundamentales del Código Penal. Y esta comisión ha efectivamente admitido, debo decirlo, con mucha seriedad, no solamente la posibilidad sino la necesidad de cambiar la mayor parte de artículos que rigen, en la legislación actual, el comportamiento sexual. Esta comisión, que se reúne todavía desde hace ya varios meses, ha proyectado esta reforma sobre la legislación sexual en el curso del mes de mayo y junio pasados. Y creo que las propuestas que ella contaba con hacer eran de esas que podemos llamar liberales. Ahora bien, parece que, después de un cierto número de meses, un movimiento en sentido inverso está en tren de perfilarse, un movimiento que es inquietante. En principio, porque no se produce solamente en Francia. Miren lo que pasa, por ejemplo, en los Estados Unidos, con la campaña que Anita Bryant[4] ha lanzado contra los homosexuales, que está a punto de rozar el llamado al asesinato. Es un fenómeno que se puede ver en Francia. Pero en Francia se lo constata a través de ciertos hechos particulares, puntuales, de los cuales hablaremos en su momento (Jean Danet y Guy Hocquenghem darán sin duda ejemplos), pero que parecen indicar que, tanto en la práctica policial como en la jurisprudencia, se ha vuelto más bien a posiciones duras, posiciones estrictas. Y ese movimiento que se constata en la práctica policial y judicial está lamentablemente apoyado muy seguido por campañas de prensa, o por un sistema de información manejado desde la prensa. Es entonces en esta situación -movimiento global que tiende al liberalismo, seguido por un fenómeno de reacción, contragolpe, freno -tal vez el mismo inicio del proceso inverso- que nosotros debemos discutir esta noche.

Me parece en efecto que se llega acá a un punto importante. Si es verdad que se está en una mutación, sin duda no es cierto que esa mutación favorecerá un aligeramiento real de la legislación sobre sexualidad. Jean Danet lo ha indicado: durante todo el siglo XIX se ha acumulado poco a poco, no sin un montón de dificultades, una legislación muy pesada. Ahora bien, esta legislación de todos modos se caracterizaba por no poder jamás ser capaz de decir exactamente que era eso que castigaba. Los atentados se castigan, pero el atentado jamás fue definido. Se castigan los ultrajes, jamás se ha sabido que era un ultraje. La ley estaba destinada a defender el pudor, jamás se ha sabido que era el pudor. Prácticamente, cada vez que había que justificar una intervención legislativa sobre la sexualidad, se invocaba el derecho al pudor. Y se puede decir que toda la legislación sobre la sexualidad, tal como ha sido planteada desde el siglo XIX en Francia, es un ensamble de leyes sobre el pudor. Es cierto que este aparato legislativo, que apunta a un objeto no definido, no ha sido utilizado sino en los casos considerados tácticamente útiles. En efecto, estuvo toda la campaña contra los profesores de primaria. Hubo en un momento dado una utilización contra el clero. Hubo una utilización de esta legislación para regular los fenómenos de prostitución de niños, que han sido tan importantes durante todo el siglo XIX, entre 1830 y 1880. Ahora nos damos cuenta que ese instrumento, que tiene por ventaja la flexibilidad, ya que su objeto no está definido, no puede por lo tanto subsistir ya que esas nociones de pudor, ultraje, atentado, pertenecen a un sistema de valores, de cultura, de discurso; en la explosión pornográfica y los beneficios que comporta, en toda esa nueva atmósfera, no es más posible emplear esas palabras y hacer funcionar la ley sobre esas bases. Pero eso que se delinea, el motivo por lo cual yo creo que es importante, en efecto, hablar del problema de los niños, eso que se delinea es un nuevo sistema penal, un nuevo sistema legislativo que se dará por función no tanto castigar lo que sería una infracción a esas leyes generales del pudor sino proteger las poblaciones o esas partes de la población consideradas como particularmente frágiles. Es decir que el legislador no justificará las medidas que proponga diciendo: ‘Hace falta defender el pudor universal de la humanidad’, sino que dirá: ‘Hay personas para las cuales la sexualidad de otros puede devenir un peligro permanente’. De esta manera, los niños pueden encontrarse a merced de una sexualidad adulta que les será extraña, y con un gran riesgo de resultarles nociva. De ahí una legislación que apela a esta noción de población frágil, poblaciones de alto riesgo como se dice, y a todo un saber psiquiátrico o psicológico empapado de un psicoanálisis de buena o mala calidad, poco importa en el fondo; y eso dará a los psiquiatras el derecho a intervenir dos veces. Primeramente, en términos generales, por decir: si, muy cierto, la sexualidad infantil existe, no volvamos más a esas viejas quimeras que nos hacían creer que el niño era puro y no sabía que era la sexualidad. Pero nosotros psicólogos, o psicoanalistas, o psiquiatras, pedagogos, sabemos perfectamente que la sexualidad del niño es una sexualidad específica, que tiene sus formas propias, sus tiempos de maduración, sus momentos fuertes, sus pulsiones específicas, igualmente sus latencias. Esta sexualidad del niño es un territorio que tiene su geografía propia donde el adulto no debe penetrar. Tierra virgen, territorio sexual ciertamente, pero una tierra que debe guardar su virginidad. Él intervendrá entonces como aval, como garante de esta especificidad de la sexualidad infantil, para protegerla. Y por otra parte, en cada caso particular, dirá: he aquí que un adulto ha venido a mezclar su sexualidad con la sexualidad de un niño. Tal vez el niño con su sexualidad propia ha podido desear a ese adulto, tal vez incluso ha consentido, tal vez él mismo ha dado los primeros pasos. Se admitirá que es él quien ha seducido a un adulto; pero nosotros, con nuestro saber psicológico, sabemos perfectamente que incluso el niño seductor peligra y en todos los casos va a sufrir un cierto daño y un traumatismo a partir del hecho de tener una relación con un adulto. En consecuencia, es necesario proteger al niño de sus propios deseos, desde el momento en que sus deseos lo orientarían hacia un adulto. Es el psiquiatra quien podrá decir: ‘Puedo predecir que un trauma de tal o tal importancia se va a producir a continuación de tal o tal tipo de relaciones’. Consecuentemente, al interior del nuevo cuadro legislativo destinado esencialmente a proteger ciertas fracciones frágiles de la población, la instauración de un poder médico, que será fundado sobre una concepción de la sexualidad, y sobre todo de las relaciones entre sexualidad infantil y adulta, que es enteramente discutible

No voy ciertamente a resumir todo lo que se ha dicho. Creo que Hocquenghem ha mostrado bien eso que estaba en tren de nacer actualmente con respecto a estas clases de población que se debe proteger. Por un lado, hay una infancia que por su naturaleza misma está en peligro, y que se debe proteger contra todo peligro posible y en consecuencia, de todo acto o todo ataque eventual. Y enfrente, vamos a tener individuos peligrosos, el individuo peligroso va a ser el adulto en general, de suerte que en el nuevo dispositivo que está por ponerse en marcha la sexualidad va a tomar una apariencia totalmente distinta a la que tenía en otro tiempo. Antes, las leyes prohibían un cierto número de actos, actos por lo demás tan numerosos que no se llegaba saber bien lo que eran, pero finalmente era a esos actos que la ley se dirigía. Se condenaban formas de conducta. Ahora, lo que estamos en tren de definir, y lo que, por consecuencia, va a encontrarse fundado por la intervención de la ley, del juez, de la medicina, son los individuos peligrosos. Vamos a tener una sociedad de peligros, con aquellos que están en peligro en una parte, y los que son peligrosos en la otra. Y la sexualidad no será más una conducta con algunas interdicciones precisas, sino una especie de peligro errante, una suerte de fantasma omnipresente, un fantasma que va jugando entre hombres y mujeres, niños y adultos, y eventualmente, entre los mismos adultos, etc. La sexualidad se volverá una amenaza en todas las relaciones sociales, en toda relación entre miembros de diferentes grupos de edad, en toda relación entre individuos. Y es sobre esa sombra, sobre ese fantasma, sobre ese miedo que el poder intentará tomar presa a través de una legislación aparentemente generosa y en todo caso general y gracias a una serie de intervenciones puntuales que serán probablemente las instituciones judiciales apoyadas sobre las instituciones médicas. Y tendremos allí un nuevo régimen de control de la sexualidad; aunque en la segunda mitad del siglo XX esté en efecto descriminalizada, pero sólo para aparecer bajo la forma de un peligro, y un peligro universal, he aquí un cambio considerable. Yo diría que es El peligro.

Intervenciones de Foucault en el debate final:

Sí, es difícil fijar barreras. Una cosa es el consentimiento, otra cosa es la posibilidad que tiene un niño de ser creído cuando, hablando de sus relaciones sexuales o de su afecto, de su ternura, o de sus contactos (el adjetivo sexual es a menudo molesto en estos casos, porque no corresponde a la realidad), otra cosa pues es la capacidad que se le reconozca al niño de explicar cuales son sus sentimientos, qué es lo que le ha pasado, y la credibilidad que se le acuerde. Ahora bien, en cuanto a los niños, les suponemos una sexualidad que no puede jamás dirigirse hacia un adulto y eso es todo. En segundo lugar, se supone que no son capaces de hablar sobre ellos mismos en un modo suficientemente lúcido. Que tienen una insuficiente capacidad de expresión para explicar lo que hay en ellos. Entonces no se les cree. No se los cree susceptibles de sexualidad y no se les cree susceptibles de hablar acerca de ella. Pero, después de todo, escuchar al niño, oírle hablar, oírle explicar cómo han sido efectivamente sus relaciones con alguien, adulto o no; siempre y cuando se escuche con la suficiente empatía, debe poder permitir establecer aproximadamente cuál fue el régimen de violencia o de consentimiento al que ha sido sometido. Asumir que un niño es incapaz de explicar lo que pasó y que, a partir del hecho de que es un niño, fue incapaz de dar su consentimiento, son dos abusos intolerables, francamente inaceptables.

El siguiente párrafo fue tomado de la versión en inglés:

En todo caso, una barrera de edad fijada por la ley no tiene mucho sentido. De nuevo, se puede confiar en el niño cuando dice que ha sido sujeto, o no, a la violencia. Un magistrado, un liberal, me dijo una vez que estábamos discutiendo esta cuestión: después de todo, hay chicas de 18 años que son prácticamente forzadas a tener sexo con su padre o padrastro; ellas pueden tener 18, pero es un intolerable sistema de coacción. Y una vez más, que ellos sienten que es intolerable, si sólo la gente estuviera dispuesta a escucharlos y ponerlos en una posición en la que puedan decir lo que sienten.


Notas (tomadas de la traducción inglesa):
(1) Código de 1810: Parte del Código de Napoléon. Este grupo de 485 artículos define crímenes, ofensas y delitos menores, así como también los castigos correspondientes. Promulgado el 12 de Febrero de 1810.
(2) La enmienda Mirguet se promulgó el 18 de julio de 1960 como enmienda al artículo 38 de la Constitución francesa de 1958 (4 de octubre de 1958). Declaraba la necesidad de combatir toda amenaza a la higiene pública y específicamente nombra la tuberculosis, el cáncer, el alcoholismo, la prostitución y la homosexualidad como objetos de ataque.

[1] A finales de marzo de 2008 consigo en internet la entrevista (en francés), gracias a un blog que, al poco tiempo, la retiró de circulación. Por esa razón esta traducción se completó con las versiones disponibles en inglés.
[2] Esto lo ha trabajado Rodolfo Omar Serio en su ponencia ¿Qué diría Foucault? Relatos de efebofilia en el canal de chat #gayargentina. Señala Serio que “los años que comprenden desde el Mayo francés hasta principios de los ’80 constituyeron una verdadera vanguardia en materia de moral sexual: en una solicitada de 1977 publicada por Le Monde, pueden leerse las firmas de Barthes, Simone de Beauvoir, Copi, Deleuze, Guattari, Lyotard y Sartre, entre muchos otros intelectuales que exigían la liberación de tres hombres detenidos por mantener relaciones sexuales con menores. En el texto se calificaba la ley de anticuada (désuet)”.
http://www.iigg.fsoc.uba.ar/jovenes_investigadores/4jornadasjovenes/EJES/Eje%201%20Identidades%20Alteridades/Ponencias/SERIO,%20Rodolfo.pdf
[3] Ver al respecto el texto de este autor Somnolencia de Foucault. Violencia sexual, consentimiento y poder, originalmente publicado en Prochoix, dossier “Harcèlement contre consentement”,
núm. 21, verano de 2002, pp. 106-119, disponible en http://revistas.colmex.mx/revistas/8/art_8_1187_9097.pdf
Podemos leer allí que “Durante una entrevista radiofónica con Guy Hocquenghem y Jean Danet, en 1978, el filósofo abandona su habitual vigilancia para pensar según el espíritu de la época, al unísono con sus interlocutores. En efecto, ante el nuevo control de la sexualidad que se establece en ese entonces, Foucault recusa la idea misma de una edad legal para el consentimiento sexual: De cualquier manera, no tiene mucho sentido que la ley fije una barrera de edad. Una vez más, podemos confiar en que el niño diga si sufrió o no un maltrato (Foucault, 1978:776). El problema no consiste tanto en que, una generación después, nuestra sensibilidad moral y política, mejor informada sobre los peligros de la pedofilia, se vea ofendida por semejante falta de preocupación. Más bien, lo que nos sorprende es que, por una vez, el filósofo confíe en las evidencias de la sensatez, o más precisamente del sentido común, de los partidarios de la liberación sexual”.
[4] Se puede ver al respecto el film de Gus Van Sant Milk (2008).

*Gracias a Ile que me ayudó con el toque final que me faltaba de la versión en inglés. Y a todxs los que leyeron y comentaron conmigo este texto y su traducción temblorosa.

5 comentarios:

Anónimo dijo...
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punk luddita dijo...
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punk luddita dijo...
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