lunes, 30 de julio de 2007

Ocho


Una noche, una verdad, encriptada en el tiempo y aún sin descifrar”*

“Yo sé que durante mucho tiempo oíste en la oscuridad de tu cuarto, con esa insistencia que el silencio desata en los labios crueles de las furias que se dedican a martirizar a los niños, voces inhumanas, unidas a la tuya, que decían: es un pecado mortal, Dios mío, es un pecado mortal”[1]. “¿Cómo hiciste para sobrevivir?”, se pregunta la narradora a continuación La pregunta es maravillosamente concisa e indudablemente certera. No así la respuesta. Un milagro, dice Silvina Ocampo. Pero nosotras sabemos que no, que no se trata de ningún milagro. No hay acción divina aquí, nada de eso.

¿Sobrevivir? En tanto desmentida, sólo fue un enorme lapso de tiempo entre paréntesis, grandes puntos suspensivos. Haberme olvidado de sobrevivir a la catástrofe, en tanto desmentí la catástrofe y sus efectos. Nada más que eso. Tantos años. Pero no existe tiempo perdido, en rigor de verdad. Aún encapsulado, aún en suspenso, me tomé todo mi tiempo, crecí como una crisálida. ¿Acaso la primera es la última inocencia, la "más alta inocencia"[2], la eterna y única? De eso, solamente de eso, se trata todo esto. La desmentida es una extraña suerte de disculpa. No se sabe por qué ni a quién, pero se pide perdón. Años invertidos en ello.


[1] Silvina Ocampo, “El pecado mortal”.
[2] Alejandra Pizarnik, “Extracción de la piedra de locura”.


*Eterna Inocencia, "A Elsa y Juan"

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