jueves, 2 de agosto de 2007

Nueve

no son esos ojos los que un tiempo atrás despiertos se encendían”*

Un hecho simple, de todos los días, un hecho común, dice Pizarnik, “sólo que inquietante”[1]. Sólo que horrible. Dice también Pizarnik que ciertos niños ocampianos (abusados, abandonados, desprotegidos), tratan de averiguar su “pecado mortal”: “aquello por lo cual esa gente los entregó a las furias de la soledad pánica”[2]. Sólo que no hay pecado alguno, habría que agregar. Dos ojos abiertos demasiado pronto tal vez. Cuando era hora de no ver. Nada más que eso.

Escribió Virginia Woolf en una carta: “Recuerdo el contacto de su mano debajo de mis ropas, avanzando firme y decidida cada vez más abajo. Recuerdo que yo esperaba que se detuviese de una vez, que me iba poniendo más tensa, que me retorcía a medida que la mano iba aproximándose a mis partes más íntimas. Pero no se detuvo. Su mano exploró también mis partes más íntimas. Recuerdo que me sentí ofendida, que no me gustó. ¿Cuál es la palabra para un sentimiento tan callado y conflictivo?”[3]. Hasta en sus últimos sueños vuelve el medio hermano horrible de su infancia, como animal que no suelta a su presa. Y hasta sus últimos días seguirá creyendo que “la capacidad para recibir los golpes es lo que hizo de mí una escritora”[4].

“Lo que hizo de mí”, lo que de mí esto explica, poca cosa quizá, pero es la verdad más fresca que he llegado a tener toda para mí. Esos hermosos sueños robados, todos esos días donde faltaron, de alguna u otra forma, “las moradas del consuelo, la consagración de la inocencia, la alegría inadjetivable del cuerpo”[5], como dice Pizarnik en un poema largo y bellísimo. Todas cosas que me arrebataron, mejor dicho. Y no se culpe a nadie, salvo a quien es responsable, el que arrojó la primera piedra. Durante años otro poema agostó mis días: el que decía de una niña a la que nadie nada le enseñó y aprendió (mal) todo sola. Pero no se trata de esto aquí.

[1] A.P.“Dominios ilícitos”.
[2] A.P. “Dominios ilícitos”.
[3] Esta frase es parte de una carta escrita por Virginia Woolf a su amiga Ethel Smyth el 12 de enero de 1941.
[4] Citado por Maud Mannoni en "Ellas no saben lo que dicen. Virginia Woolf y la femineidad".
[5] A.P. “Extracción de la piedra de locura”.
*Eterna Inocencia, "Desposeídos".

1 comentario:

Baptista dijo...

Yo, querida compañera literaria, tengo algo para decir. Espero no lo tomes a mal, porque nada más lejos de mi intención que suceda. No entiendo porqué la gente que leyó al menos diez autores, cree e intenta (con este tipo de comentarios) encerrar en un pequeño espacio pocas palabras con muchas letras. Cuando escriben cosas como: "el devastador intento de la vorágine sabida como hermenéutica" ¿Creen que están diciendo algo inteligente, o peor aun, creen que están diciendo algo? Sinceramente estos pseudo literatos me dan mucha rabia.
Vivan en paz y lean mucho, pero háganlo a conciencia y para ustedes cabrones!

Un abrazo, siempre suyo Tooru Okada.